Varios hombres quitaron
la bolsa de tela que cubría la cabeza de aquel hombre de tez morena
y mirada llena de terror. Se encontraba atado a una silla situada en
el centro de un cuarto oscuro y húmedo. Su rostro estaba lleno de
moratones y heridas de diversa índole, así como el resto de su
cuerpo, que mostraba el resultado de un interminable castigo.
El señor Costello, no
pensaba consentir semejante falta de respeto de ninguno de sus
trabajadores. Sin opción de que emitiera palabra alguna, alzó su
beretta y la apoyó sobre la frente del hombre maniatado. Ante la
atenta mirada de Angelo, su hijo de seis años, efectuó un disparo
seco que hizo saltar sangre y masa encefálica por toda la estancia.
El pequeño esbozó una terrible sonrisa al contemplar el cuerpo sin
vida.
Unos días más
tarde
Esbozando una sonrisa inquietante, se apresuró a esconder el
cuchillo ensangrentado. Entre sus peluches y muñecos estaría a buen
recaudo.
- ¿Estás listo hijo? - preguntó la madre que entró en su cuarto en aquel momento – Es hora de ir al entierro de tu padre.
- Voy mama – contestó Angelo cambiando su semblante por uno más triste.